Vista, oído, olfato, gusto y tacto ¿Seguro que te acuerdas de ellos?

La vida frenética que llevamos, rodeados de tecnología y aparatejos lleva a olvidarnos del bien más preciado que tenemos: los sentidos que sumados a las emociones, capacidad de conectar con los demás, ser empáticos, nos permiten tener experiencias inolvidables en compañía de otras personas.

Además todos estos dones naturales forman una minimáquina que nos permite ir adquiriendo nuevas experiencias y conocimientos a través de nuestra vida. Claro, siempre que los miedos y la pereza no lo impidan.

Para las personas afortunadas la vida empieza bastante bien, en el amparo del entorno familiar, hasta cuando empieza a aparecer la pubertad. Entonces las cosas pueden ir de mal a peor ¿Por qué? Pues porque esa actividad frenética que hemos llevado de adquisición y aprendizaje puede ir ralentizándose, y aquella expresión: ‘La práctica hace al maestro’, juega en nuestra contra. Acabamos reconociendo aquello que se nos da bien y repetimos constantemente una rutina, nos embarga la pereza y descartamos nuevos aprendizajes, caemos en nuestra zona de confort y vivimos nuestro mundo interno. Con lo cual conseguimos:

  1. Limitar nuestras opciones. Nos cerramos a nuevos descubrimientos y sensaciones.
  2. Coartamos nuestra conciencia sensorial.  Adquirimos un patrón sensorial de captar los estímulos de nuestro entorno, y permitimos que nuestros sentidos se oxiden en un continuo letargo.

Leonardo da Vinci decía:

‘La mayoría de las personas mira sin ver, oye sin escuchar, toca sin sentir, come sin saborear, se mueve sin saber lo que hace, respira sin darse cuenta de los aromas y fragancias, y habla sin pensar’.


Te invito a que dediques cada día de la semana a un sentido diferente, a ser consciente de las sensaciones que lleguen a ti, el sexto día des rienda suelta a tus emociones y el séptimo relájate y disfruta de las experiencias de los seis días anteriores. Y como no, ¡sonríe!